jueves, 22 de septiembre de 2011

Los temas y las formas periodísticas

Si es posible hacer una sentencia acerca de la forma y el contenido de un escrito periodístico, al menos en cuanto a periodismo literario se refiere, a partir de la lectura del capítulo Los Temas, del libro Escribiendo historias de Juan Manuel Hoyos, y del discurso de Leila Guerriero, Sobre algunas mentiras del periodismo, es que no hay ni una forma ni un contenido que en sí mismo sea periodístico. En otras palabras, no hay ni buenos ni malos temas, sino buenos y malos escritores. Tampoco hay una forma rígida, una fórmula mágica. Más allá de lo que se aprende en las cátedras y de los libros de texto, las historias tienen en sí mismas su forma y su contenido. Cuando Guerriero dice que consume más literatura que periodismo, uno intuye que en realidad no hay mayor diferencia entre lo uno y u otro. Hay, simplemente, historias bien y mal contadas. Y para hacerlo bien, el periodista, el literato, debe haber sido primero un buen lector, y no necesariamente un estudiante de periodismo.
                                                                                                                         
También me llama la atención la reflexión sobre la visión negativa que tratan de imponer los medios periodísticos. El afán comercial ha hecho que los periodistas enfoquen sus historias por el lado negativo, el morbo y el sensacionalismo. Sin embargo, hay historias de final feliz que valen la pena ser contadas y que, en caso de encontrarse con el editor correcto, podrían ser publicadas. La realidad es mucho más amplia de lo que los medios nos muestran. Hay muchos más matices, así consumamos el mundo oscuro y monocromático que nos venden. Sin embargo, es fácil dejarse llevar por las ganas de contar la historia de un mendigo o de un niño huérfano. Se puede hacer, nadie dijo que no, pero se debe hacer bien. Creo que en estos casos el periodista debe tener más cuidado todavía en su reportería e investigación. Acá sí que debe conocer la historia completa antes de sentarse a escribir, para no llenar su texto de valoraciones injustas o desinformadas.

Finalmente, creo que internet proporciona al periodismo una oportunidad para crear y publicar nuevamente textos que valga la pena leer. Textos con una amplia investigación, con una narración atractiva que seduzca al lector. En internet no hay un límite de espacio. Y creo que es allí hacia donde el periodismo se dirige. Cada vez más son los periódicos que cobran por el acceso a sus secciones de contenidos especiales en su versión digital. Y, para sorpresa de muchos, hay gente que está pagando por acceder a éstos. Esto prueba que, como dice Guerriero, no es que el público no esté leyendo. Quienes quieren leer, lo harán e incluso pagarán por hacerlo.

Así, la crónica tal vez no sea el género del momento en Latinoamérica, pero sí se puede decir que es una forma que debe ser explorada, ya que los buenos lectores están hartándose de la inmediatez del internet, de los balbuceos en ciento cuarenta caracteres, de las noticias mal informadas y mal redactadas. No hay nada como conocer el cuento completo, y en contra de lo que dice la opinión mayoritaria, hay quienes aún lo quieren saber.

Colombian hipster

Uno entra y ya no está en Bogotá. O no en la Bogotá de millones de pobres que piden limosna en los semáforos. Esta es una Bogotá de gente acomodada, que no sabe bien ni inglés ni español pero cree que está en condiciones de expresarse con frases como “man, esto es otra cosa, otro nivel” o “esos cuadros recrean toda la estética del pop art de Warhol y la mezclan con la Bogotá urbana”, sin decir nada de nada, sin saber nada de arte pop o la Bogotá Urbana. Sin embargo, ahí estoy yo y me siento bien porque el dj, a quien recuerdo haber visto en mi colegio, tal vez era unos dos años mayor, ha puesto ‘I Can Change’ de LCD Soundsystem, banda ‘hipster’ por excelencia.

Así es Cuarto de Arte, un bar que no debe tener más de un año abierto y ya se ha convertido en un centro indie en Bogotá. O al menos tan indie como puede ser un sitio en la zona T de Bogotá. Las sillas son de madera y están recubiertas por el caucho de cientos de bombas sin inflar, las mesas son de una madera débil –incluso hay una con un hueco en una esquina, imagino que alguien le pegó con una botella- y las paredes tienen el tinte prefabricado de todo lo retro en el año 2011, con simulaciones de graffiti y grietas. Decía que era como no estar en Bogotá y es que todo el mundo fuma. Hablo con una mesera y me dice que el techo está abierto, pero no le creo. Miro hacia arriba y eso no es abierto. Entonces me paro al baño, está ocupado, hay fila y sigo observando el lugar, la gente. La pared del corredor que lleva al baño tiene miles de post-its de colores fluorescentes con anotaciones como “el mesero de la camisa rosada es un sexo”, “camila. llámame. (y un número celular que no recuerdo). Del baño sale un tipo de unos veinticinco años, con las gafas Ray Ban que todo el mundo se compró en los últimos dos años, unos jeans decolorados desde la fábrica y entubados por (seguramente) su amiga que estudia Diseño Industrial en los Andes. Me imagino que él, como yo, tiene una amiga arty que estudió diseño en los Andes.

Estos son los chicos indie, los snobs culturales, los hipsters colombianos.

Y tal vez soy uno de ellos. Uno de nosotros. Pero tengo ojos y veo lo ridículo que es todo esto. Al DJ lo conozco, al de la mesa de al lado lo he visto en otros bares del mismo estilo, la camisa roja de cuadros que tiene puesta el mesero es la misma del que camina hacia el baño, los pantalones entubados rule, y todo el mundo se mueve en su silla al ritmo de una música que no tiene nada de colombiana pero que todos vivimos creyendo que lo hacemos al mejor estilo neoyorquino, cuando en realidad esta mezcla de gente no podría darse sino en Colombia. Así como con la comida, hemos colombianizado una escena cultural/musical. El rock no es el único género que se escucha. También suena electrónica. Mucha electrónica. Pero todo hace parte de la misma visión, así como los cuadros de la galería adjunta al bar, que, en serio, combinan la estética del pop art de Warhol con la de la Bogotá urbana.

Objetos que ocupan mi cuarto (a propósito de ‘Objetos que ocupan mi mesa de trabajo’ de George Perec)

Un cuadro de Pink Floyd en el que no sale nadie de Pink Floyd sino seis mujeres de espalda cada una con la carátula de los álbumes más emblemáticos de la banda dibujada sobre su carne se enfrenta a unos ocho metros con un televisor que cuelga de la pared sobre un mueble de metal y vidrio en el que reposan más de cien discos de música, unos veinte dvd’s y los respectivos aparatos necesarios para su reproducción. Ocho metros no porque mi cuarto sea así de grande. O mejor, sí lo es, pero mi cuarto no es un cuarto, son dos, unidos para siempre por un arco mal delineado que yo mismo ayudé a diseñar y construir (deconstuir). La unión terrestre del cuarto es una tabla puesta en el piso sobre el cual alguna vez se posaba rígida una pared y ahora hay una madera mal puesta con la que es fácil tropezarse para levantar el tapete y el guardaescobas.

Hay que pararse justo allí para entender que son dos espacios distintos y que era necesario que fuera uno solo. En el lado del cuadro y de la cama sobre la cual éste cuelga no hay más que un closet con libros mal organizados y ropa y una mesa de noche que tiene una lámpara que funciona y otra que no, un libro de ensayos escogidos de George Orwell -autor que con 1984 me interesó por la política y hasta cierto punto me hizo empezar la carrera de Ciencia Política, de la que deserté mi vida se fue por otros caminos llenos de cerveza, noches sin dormir, ensayos que no seguían  las normas APA, disputas con mis compañeros de semestre y peleas con directoras de programas- Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, primer poemario al que me acerco con seriedad, y el Zaratustra de Nietzsche, que aún debo terminar. En el lado del televisor y la música hay dos sillones de cuero que ya piden ser retapizados, porque los años no vienen solos y esto lo saben hasta los sillones, un escritorio con un computador, una impresora que no sirve porque la prima de mi mamá vino hace tres meses y la desconfiguró, poniéndome de frente con el problema que resalta mi total desconocimiento de todo lo que es tecnología y me recuerda que el papel y el lápiz son los mejores inventos de la humanidad. Sobre el escritorio hay un pocillo de Volkswagen que no sé cómo llegó ahí, con dos lápices, ninguno con punta y una cantidad de papeles que no he organizado desde la tercera semana del semestre y acada vez me aturden más. Sé que no puedo trabajar bien entre tanto desorden, pero para organizar esos papeles tendría que dejar de hacer otra cosa porque hacer algo no es hacer algo sino no hacer alguna otra cosa, y pasa que esto de los papeles lo he pospuesto desde hace rato. Lo tendré que hacer  pronto. Tal vez después de escribir esto, cuando me levante de la silla. O tal vez no. Lo más probable es que cuando termine y me levante de la silla vuelva a ese otro cuarto en el que duermo y salga por la puerta que da a un balcón pequeñito de unos dos metros cuadrados, mire al cielo, trate de anular el pensamiento, entre nuevamente, vuelva a ese otro cuarto, ponga algo de música, corra uno de los sillones, cuelgue la hamaca, cierre los ojos y vuelva a mí, a mis inseguridades, mis temores y mis fracasos, a mis deseos y a mis ficciones.

Indie Rock, la música que todo devora: una breve historia

¿Qué es indie? Es un sinónimo de independiente. Pero si miramos la gran variedad de subgéneros que caen bajo este título podríamos decir que es sinónimo de indefinible. Así, hay que remitirse a ‘Rock’ para saber de qué hablamos. Y ‘Rock’ remite a una época específica, a unos artistas específicos: años sesenta y setenta del siglo XX, The Beatles, The Rolling Stones, Bob Dylan, The Beach Boys, The Velvet Underground, Pink Floyd, Led Zeppelin, David Bowie…

El rock ha sido siempre una expresión de rebeldía, de contracultura. Aún si el ‘mainstram’ insiste en absorber estas expresiones, volviéndolas genéricas y masivas, siempre habrá un espíritu libre siguiendo los lineamientos de lo que marcaron esas bandas precursoras. El rock no ha estado quieto nunca. Es una bestia mutante y omnívora, que se alimenta de toda clase de ritmos, incorporando nuevas estructuras, nuevas ideas, nuevos instrumentos y nuevos temas a la paleta clásica que ofrecen los acordes clásicos y la formación típica de una banda con guitarra, bajo, percusión y voz.

The Beatles incorporaron instrumentos como el sitar (en Norwegian Wood, de 1965), escribieron canciones que empezaban no con una estrofa sino con el coro (Help,  de 1965), incluyeron el primer silencio absoluto en una canción pop (Strawberry Fields Forever, de 1967) y hasta crearon canciones con pedazos de otras canciones (Happiness is a War Gun, de 1968; lado B de su álbum Abbey Road, de 1969) y experimentaron con las formas de grabación, creando algo parecido a la musique concrète (Revolution 9, de 1968). Prácticamente lo hicieron todo en los seis años y medio que duró su carrera.

El increíble aporte de The Beatles a la música occidental de la segunda mitad del siglo XX, sin embargo no eclipsa los aportes de otras luminarias. Noel Gallagher, principal compositor de la banda inglesa Oasis, declaró alguna vez que la música (en referencia al rock) perdió toda originalidad después de los Beatles. Esta aseveración es reduccionista, por no decir ignorante, pero sí indica el alcance de la obra de los de Liverpool.

Durante los 70, dos bandas dominaron la escena del rock: Pink Floyd y Led Zeppelin. Sin embargo, el aporte musical más duradero lo hizo David Bowie, quien editó once álbumes de material original durante la década, saltando de un género al otro, ampliando las posibilidades del rock y del pop., experimentando con blues, vauxhall, r&b y música ambiental, de la mano de Brian Eno, otro visionario de esa era.

En la segunda mitad de los 70 surgió el punk, reaccionando en contra del rock progresivo de las bandas más populares del momento. Sin contar con que la actitud de estos músicos ya había sido encarnada por David Bowie en su fase como Ziggy Stardust, el género fue importante porque dio otra velocidad, otra agresividad al rock. Lo sacó del letargo académico del rock progresivo y lo devolvió a sus orígenes, a la gente.

Es así como en la década de los ochenta surgen un sinfín de bandas de garaje, proyectos musicales cuyos artífices no eran grandes estrellas con presupuestos millonarios y estudios profesionales de grabación sino personas del común con un amor por la música (y en algunos casos la música como arte). Especialmente en los Estados Unidos, las estaciones universitarias tuvieron un importante papel en la difusión de esta música, conocida entonces como “College Rock”. Bandas como R.E.M y The Replacements sembraron la semilla de una nueva estética en el rock, en contra del rock más popular de la época, representado en el Metal hipermasculino de Poison y Bon Jovi. Esta otra propuesta hacía uso de guitarras acústicas y cantaba con voces de menor testosterona sobre la inseguridad personal, el futuro incierto, niñas bonitas, pero no tanto… Este fue el renacer del rock como contracultura, paradójicamente, de la cultura del rock comercial. De ahí el término de rock alternativo. En la segunda mitad de los 80, Sonic Youth y The Pixies fueron de las bandas más influyentes y fecundas del género.

Precisamente la obra de Pixies y R.E.M sería recogida (y en ciertos aspectos reproducida) por Kurt Cobain en Nirvana, la banda de rock alternativo más icónica de los años 90 en los Estados Unidos. Nirvana atravesaría el umbral de lo independiente, para convertirse en un fenómeno de masas. El indie rock dejó de ser sinónimo de rock alternativo. En la escena indie, una nueva estética tomó fuerza. Bandas como Pavement y Yo La Tengo se adueñaron de la situación con técnicas de grabación casi que aficionadas. Lo importante no eran los avances técnicos sino las sensaciones transmitidas por la música. En general, los temas eran políticos sin serlo. Había un desgaste social producido por los últimos años de Reagan y los primeros de Bush padre en la presidencia de los Estados Unidos. El estoicismo y desinterés de la población por los temas políticos se ve representada en las canciones y acentuada por la técnica. En Inglaterra, mientras tanto, los 90 vieron un renacer de las bandas británicas. El movimiento conocido como Britpop incubó a bandas emblemáticas como Blur, Pulp y Oasis, que en algún punto fue comparada con The Beatles. Este movimiento surgió en contra del grunge depresivo que venía de los Estados Unidos con bandas como Nirvana y Pearl Jam.  Himnos de la época como Live Forever de Oasis o Common People de Pulp resaltan sentimientos positivos por un lado y recrean la sociedad inglesa de mediados de los noventa por el otro. Así, la revista musical inglesa NME llevó este titular en la portada: ‘Yanks go home’. El movimiento musical del britpop estuvo acompañado por un movimiento cultural, naciendo lo que se conoció por un par de años, hasta la muerte de ‘Lady Di’ a la Cool Britannia.

Las bandas de los noventas fueron longevas en su mayoría. Así, su legado y actividad se extendió hasta la primera década del tercer milenio. Radiohead y Super Furry Animals siguieron sacando discos tremendamente influyentes y subversivos –en buen espíritu indie- como Kid A, los primeros, y Rings Around the World, los segundos. Kid A fue un disco innovador en el que Radiohead, que había sacado en 1997 OK Computer, un disco que los puso en lo más alto de la escena del rock mundial, destruyó todo lo que había construido hasta entonces para renacer como una banda que hacía música electrónica en estructuras de rock y pop.

Al mismo tiempo, al otro lado del Atlántico ya surgía de la mano de The Strokes y The White Stripes un renacimiento del rock de garaje, una música con mayor influencia punk y el blues. Especialmente The Strokes tuvo una inmensa influencia en las siguientes grandes bandas que tendría para ofrecer el Reino Unido: The Libertines y Arctic Monkeys, fenómeno además del internet, que consiguió una inmensa fanaticada tras publicar sus canciones en la red social Myspace.

Internet ha sido fundamental en el ascenso a la popularidad de este tipo de música. Ahora los foros permiten interactuar y compartir música con otras personas con gustos similares en cualquier parte del mundo. Estados Unidos y el Reino Unido han sido desde el comienzo los dos focos en los cuales se desarrolló el rock. Ahora, bandas de Francia, Islandia, Australia, Suecia, Nueva Zelanda y Canadá se han unido a la fiesta.

La escena en Colombia no es muy grande, pero ha ido creciendo en los últimos años con el apoyo de bares como Crabs y emisoras como Radiónica. Desde que Aterciopelados recogió el rock en español de los argentinos y lo colombianizó agregando sonidos folclóricos, ha surgido un inmenso número de frupos, géneros y propuestas en la escena. Hoy en día hay bandas de rock electrónico como Like Some Cat From Japan, de Rock Clásico como The Mills y The Hall Effect. La banda que colombiana que más me gusta actualmente es Velandia y La Tigra. Tienen un sonido folk, rock, pop, electrónico y experimental, en pocas palabras, indie, que recoge el legado de Manu Chao, francés cuyo trabajo ha inspirado a músicos de distintos géneros en toda Latinoamérica.

Formas de contar – Estructura y Antiestructura

La estructura clásica de contar historias es efectiva. Las historias con un inicio, un nudo y un desenlace, con un protagonista principal enfrentado a un conflicto que debe resolver, con un planteamiento, un detonante, un giro, un clímax y una resolución son parte de la vida diaria. No sólo las encontramos en el cine y la literatura sino en la vida diaria. Nuestras conversaciones cotidianas tienen esta estructura. Así, no es ninguna sorpresa que Hollywood prefiera esta forma de contar: es más amigable con el público de grandes masas, es más accesible, es más comercial.

Esto, sin embargo, no es un aspecto negativo. Sunset Boulevard es una de las películas más aclamadas en la historia del cine y sigue una estructura clásica. Joseph Gillis el el héroe trágico que se enfrenta a una vida miserable como escritor de Hollywood, Norma Desmond –también caída en desgracia, pero ignorante de su condición- es la única salida que el azar le ofrece, su humillación, y en últimas, su caída final, su muerte.
La película cuenta con un narrador, el propio Gillis, que permite al espectador ubicarse espacio-temporalmente, o tener acceso a información sobre las razones que llevan al protagonista a actuar como lo hace. Si bien la película comienza donde termina, con el cadáver de Gillis en la piscina de Desmond, el manejo del tiempo es lineal, no hay manera de que el espectador se pierda al seguir la historia y no hay lugar a una interpretación del final: Desmond mata a Gillis. La sucesión de eventos tiene una razón lógica, es causal.
Clásico no es sinónimo de aburrido. Si una historia está bien contada y tiene una estructura clásica puede ser exitosa tanto con el público como con la crítica. Sin embargo, hay otras propuestas narrativas. Persona, de Ingmar Bergman, representa otra forma, otro camino.  En Sunset Boulevard cada encuadre, cada objeto que aparece en pantalla, cada personaje tiene un lugar y una función específica dentro de la trama. No así en Persona.

Las imágenes que componen los primeros dos minutos de la película tienen una función más simbólica y alegórica que narrativa. Todas evocan algún sentimiento, alguna sensación, algún pensamiento. Así, no es posible decir que están allí por azar. El director quiere que estemos pensando en algo en particular justo antes de que comience la función.

Desde la primera escena se puede ver la diferencia estética, estilísitca y estructural de la propuesta de Persona respecto de Sunset Boulevard. Los escenarios son minimalistas, los movimientos son sutiles, los diálogos son medidos. Y la provocación es máxima. El propósito del director es provocar, no tanto contar. Sin embargo, también hay un conflicto en esta historia y se marca desde el comienzo: la señora Vogler está en estado de shock, aunque sus exámenes médicos digan lo contrario. Y hay una visión sobre un asunto particular que Bergman quiere comunicar. No sé bien qué será, pero sí hay temas de violencia, de la acción que se toma frente a los problemas, del sinsentido del mundo y de la identidad del individuo en esta película.
Persona es una película pensada hasta en el más mínimo detalle. Aunque no hay una ubicación temporal precisa y muchas veces no sabemos cuánto tiempo ha pasado de una escena a la otra, sí hay un espacio-tiempo definido en el cual transcurre la historia. No es tan detallado como en Sunset Boulevard (porque no necesita serlo), pero es suficiente para tener sentido en la lógica interna de la película. La protagonista prácticamente no habla, no es activa como en Sunset Boulevard, pero en todo caso asume su rol protagónico a través de la actuación.