jueves, 22 de septiembre de 2011

Objetos que ocupan mi cuarto (a propósito de ‘Objetos que ocupan mi mesa de trabajo’ de George Perec)

Un cuadro de Pink Floyd en el que no sale nadie de Pink Floyd sino seis mujeres de espalda cada una con la carátula de los álbumes más emblemáticos de la banda dibujada sobre su carne se enfrenta a unos ocho metros con un televisor que cuelga de la pared sobre un mueble de metal y vidrio en el que reposan más de cien discos de música, unos veinte dvd’s y los respectivos aparatos necesarios para su reproducción. Ocho metros no porque mi cuarto sea así de grande. O mejor, sí lo es, pero mi cuarto no es un cuarto, son dos, unidos para siempre por un arco mal delineado que yo mismo ayudé a diseñar y construir (deconstuir). La unión terrestre del cuarto es una tabla puesta en el piso sobre el cual alguna vez se posaba rígida una pared y ahora hay una madera mal puesta con la que es fácil tropezarse para levantar el tapete y el guardaescobas.

Hay que pararse justo allí para entender que son dos espacios distintos y que era necesario que fuera uno solo. En el lado del cuadro y de la cama sobre la cual éste cuelga no hay más que un closet con libros mal organizados y ropa y una mesa de noche que tiene una lámpara que funciona y otra que no, un libro de ensayos escogidos de George Orwell -autor que con 1984 me interesó por la política y hasta cierto punto me hizo empezar la carrera de Ciencia Política, de la que deserté mi vida se fue por otros caminos llenos de cerveza, noches sin dormir, ensayos que no seguían  las normas APA, disputas con mis compañeros de semestre y peleas con directoras de programas- Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, primer poemario al que me acerco con seriedad, y el Zaratustra de Nietzsche, que aún debo terminar. En el lado del televisor y la música hay dos sillones de cuero que ya piden ser retapizados, porque los años no vienen solos y esto lo saben hasta los sillones, un escritorio con un computador, una impresora que no sirve porque la prima de mi mamá vino hace tres meses y la desconfiguró, poniéndome de frente con el problema que resalta mi total desconocimiento de todo lo que es tecnología y me recuerda que el papel y el lápiz son los mejores inventos de la humanidad. Sobre el escritorio hay un pocillo de Volkswagen que no sé cómo llegó ahí, con dos lápices, ninguno con punta y una cantidad de papeles que no he organizado desde la tercera semana del semestre y acada vez me aturden más. Sé que no puedo trabajar bien entre tanto desorden, pero para organizar esos papeles tendría que dejar de hacer otra cosa porque hacer algo no es hacer algo sino no hacer alguna otra cosa, y pasa que esto de los papeles lo he pospuesto desde hace rato. Lo tendré que hacer  pronto. Tal vez después de escribir esto, cuando me levante de la silla. O tal vez no. Lo más probable es que cuando termine y me levante de la silla vuelva a ese otro cuarto en el que duermo y salga por la puerta que da a un balcón pequeñito de unos dos metros cuadrados, mire al cielo, trate de anular el pensamiento, entre nuevamente, vuelva a ese otro cuarto, ponga algo de música, corra uno de los sillones, cuelgue la hamaca, cierre los ojos y vuelva a mí, a mis inseguridades, mis temores y mis fracasos, a mis deseos y a mis ficciones.

2 comentarios:

  1. Intente un poco de mayor claridad en la idea de los dos cuartos que son uno para no darle tantas vueltas a ese tema. Es buen ejercicio de sinceridad y conexión.

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